miércoles, 1 de marzo de 2017

Cuento de carnaval.

Actualmente, el carnaval es la fiesta pagana más celebrada en todo el mundo, aunque son pocos los que saben de dónde surge la costumbre de disfrazarse por estas fechas. Con la expansión del cristianismo fue cuando más auge tomó la fiesta adquiriendo el nombre de Carnaval, teniendo como motivo principal despedirse de comer carne durante el tiempo de cuaresma. Antiguamente duraba tres días de celebración a lo grande, en los que casi todo estaba permitido: disfrazarse, taparse el rostro, y resguardar el anonimato. Sin embargo en la actualidad, más que tener un motivo históricamente cristiano, el carnaval se ha convertido en una fiesta internacional, donde el ser humano puede dar rienda suelta a su imaginación. En países como Brasil, el carnaval es la fiesta más importante, popular y profana que se celebra allí, durante los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza.

Fuente: Tumblr

Sin embargo no todo es color, diversión y fiesta durante Carnaval en países como Brasil. 

Flavia lleva ya diez años mirando el carnaval, pero de lejos. Su madre trabaja día y noche para poder mantener a ella y a su hermano, puesto que su padre les abandonó hace ya siete años, y con todo el peso encima, lucha día a día para que sus hijos puedan tener algo que llevarse a la boca. Este es el décimo año que Flavia ve asombrada los fuegos artificiales desde el suelo de su favela. Es algo que le encanta hacer desde bien pequeña. Respira hondo porque por un día no se escuchan disparos, sino el traqueteo de la gente de un lado a otro, cantando, bailando, disfrutando, porque al fin y al cabo es carnaval, pero solo para unos pocos. 

Flavia siempre ha querido ver los espectaculares desfiles de Carnaval. Todos los años machaca a su madre para ir a verlos, ignorante de la situación económica de su familia. Su madre siente impotencia al sincerarse con su hija y contarle que el motivo por el que no van a ver esos desfiles que a ella le gustan también tanto, es porque le resulta imposible pagar la entrada para asistir al Sambodromo donde pasan la mayoría de desfiles de carnaval. Flavia se resiente, y se pregunta por qué conocidos suyos sí pueden asistir a esos majestuosos desfiles, mientras ella no. Su madre le promete que ha hecho todo lo posible para reunir dinero con unos ahorros extra pero ni por esas ha logrado alcanzar el dinero que supone dos entradas para ver los desfiles, y le explica que el valor Carnaval no reside en los desfiles, sino en la alegría de disfrazarse y disfrutar el momento, y decide acudir a casa de su hermana en busca de unos vestidos viejos que tenía guardado en el fondo del armario, con el objetivo de remodelarlos y darle un nuevo uso como trajes de carnaval para su hija, su hijo, y para ella. 
Flavia vio llegar a su madre con los vestidos y decidió ayudarla a crear esos vestidos que para ella eran tan especiales. Al cabo de unas horas, y tras tener ya los tres trajes hechos, la familia entera decidió salir a dar un paseo por el centro de la ciudad para disfrutar del ambiente carnavalero. Flavia no pudo ser más feliz ese día. Por primera vez su madre había decidido salir de las favelas con su hermano y con ella dirección al centro de la ciudad para disfrutar de los tambores, la música, el ritmo y la alegría que se respira. No hizo falta dinero, ni traje nuevo, bastó con la intención, un par de prendas viejas, y la alegría de haber hecho feliz a tu familia. 

Sin embargo no todo el mundo en Brasil ese año tuvo la misma suerte que Flavia. Y es que el carnaval se ha convertido en una fiesta para ricos, como el fútbol. Se ha convertido en la fiesta popular más importante de Brasil, pero solo para unos pocos, porque la mayor parte de las masas están excluidas. Y esto no solo sucede en Brasil, sino en todos y cada uno de países en los que se celebra esta fiesta. No quiero que como Flavia reflexiones de tu situación y de la de tu alrededor solo cuando te suceda un hecho significativo, sino que pienses también en todas esas personas que mientras que tú celebras el Carnaval con una copa en una mano y un disfraz puesto, hay personas que ni siquiera pueden comprar el vaso del que estás bebiendo. 

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